GANADOR II CONCURSO DE RELATO CORTO DEL TABAIBAL. 2024. JUAN JOSÉ OJEDA
TÍTULO
Dos almas en pena.
La visita de su abogado lo dejó perplejo. Esta solo duró cinco minutos, los
peores cinco minutos de su vida. Cuando el abogado terminó de explicarle el resultado
de la investigación policial, Alberto se levantó bruscamente de la silla, pidió que le
abrieran la puerta y se dirigió con paso rápido y firme a su estancia.
— ¡No puede ser! Pero si era él. Tenía que ser él. ¡Esto no me puede estar pasando!
Alberto daba vueltas por la habitación, apretándose las sienes con las palmas de las
manos tratando de digerir lo que su abogado le había comunicado. Hablaba en voz
alta, maldecía, blasfemaba, mientras caminaba en círculos. El cuarto se le hacía cada
vez más pequeño, se ahogaba, le dolía, le faltaba el aire. Alberto se detuvo en seco,
se desplomó en el suelo. Al principio, lo que le rodeaba se llenó de oscuridad, no veía
nada, aunque tenía los ojos bien abiertos. Poco a poco, la oscuridad se transformó en
una luz tenue, fría, como la de las farolas que producen una luz amarillenta.
— ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —preguntaba Alberto a quien pudiera oírle. No
recordaba nada de lo que había sucedido antes. Solo sabía que se encontraba en un
lugar lleno de niebla o calima, sin paredes ni techo visibles, y lo más difícil de creer:
no había suelo, se encontraba flotando.
— ¿Quién eres? —interpeló otra voz.
— ¿Eh? Soy Alberto, ¿y tú? —contestó mirando a la silueta de rasgos indefinidos que
se le acercaba. Alberto esperaba la respuesta sin sentir miedo ni aprensión, a pesar
de que aquella presencia se le aproximaba también flotando, sin que sus pies fueran
visibles.
— Yo soy Elías, y no he hecho nada. —aseveró la figura con una voz hueca, que no
reflejaba emoción alguna.
— Elías, Elías, el caso es que me suena —susurró Alberto mientras se pasaba la
mano por su frente nebulosa. — ¿Y qué haces aquí? ¿Qué hacemos aquí?
Alberto siempre daba vueltas a su alrededor cuando estaba preocupado; le ayudaba
a concentrarse, a pensar. Pero esta vez no lo conseguía, no veía sus piernas, ni el
suelo, ni siquiera podía rascarse la cabeza, gesto que también le ayudaba a ordenar
sus pensamientos.
— Lo cierto es que me suena mucho tu nombre: Elías. ¿No serás el desgraciado que
violó a mi hija verdad? —Alberto trató de abalanzarse sobre la figura de Elías, pero ni
siquiera pudo moverse del sitio.
— Yo no he hecho nada, yo no he hecho nada. —contestó Elías, mientras su figura
se deslizaba separándose de la de Alberto.
Alberto se fue relajando. Poco a poco, los pensamientos que se agolpaban en su
mente se fueron ordenando, organizando, hasta que de repente, le vino un destello,
una visión.
— ¿Tú eres el vecino de enfrente? Si claro, tú eres el... el hijo de la señora Angustias.
—Alberto comenzó a recordar aquel momento aciago. "Yo no hice nada, yo no hice
nada". Esas palabras le mordían el alma.
Dos años atrás, Alberto llegaba a casa de noche después de una larga jornada
de trabajo. Dejó la chaqueta sobre la mesita y colgó las llaves en la alcayata donde
antes se suspendía un cuadro. Llamó a su hija; a estas horas tendría que estar en
casa. Al no obtener respuesta, fue abriendo habitación por habitación, hasta que llegó
al cuarto de baño. Allí estaba ella, bajo la ducha, acurrucada, chorreando agua y
sangre, llorando.
— ¿Qué te pasó Elvira, mi niña? Estás sangrando —Alberto le retiró el pelo de la cara
y vio que tenía moretones en un ojo y un corte en la ceja por el que manaba un hilito
de sangre. Buscó alrededor una toalla. Encontró una y al levantarla, debajo estaba la
ropa de su hija: sucia, rota, desgarrada. Alberto enseguida se hizo un esquema mental
de lo que había sucedido.
— ¿Quién fue el desgraciado que lo hizo? ¿Quién fue? —Alberto comenzó a dar
vueltas en el baño. "Lo cojo y lo mato", decía sin parar. — ¿Viste quién fue?
— No lo pude ver bien papá, estaba oscuro, no habló, no dijo nada, solo me puso el
cuchillo en la garganta, me dio un golpe y ya no sé más.
— ¿Fue el tarado de enfrente? ¿El hijo de la señora Angustias? Tiene que ser ese, es
el único rarito de por aquí. ‘Jodío tarao’ Te voy a dar yo a ti cuchillo, vas a ver lo que
es bueno.
Alberto cruzó la calle y tocó en la puerta repetidamente hasta que Elías le abrió.
— Ven aquí que te voy a follar vivo —Le dijo Alberto levantando el cuchillo nada más
verlo.
— Yo no hice nada, yo no hice nada, yo no hice na... —Se defendía Elías, hasta que
en su boca la sangre ocupó el lugar de las palabras.
Sirenas, luces, policías, esposas, lectura de sus derechos, juicio: asesinato en
primer grado, treinta años de cárcel. Todos esos recuerdos llegaron de golpe a la
mente de Alberto. Pero allí donde se encontraba ahora no había suelo en el que
revolcarse de arrepentimiento, ni siquiera tenía ojos con los que llorar. Solo podía
pedir perdón, ya era demasiado tarde, lo sabía, pero él era un hombre de acción y no
iba a quedarse sin hacer nada.
— Lo siento mucho, Elías. Yo me ofusqué. Ponte en mi lugar; es mi única hija, y yo
creí que... se me ocurrió que como tú eras así, taciturno, raro de narices, pues...
— Yo no hice nada, yo nunca hago nada.
— ¿Ves? Esa actitud tuya, la de "yo nunca hago nada", es la que me hace pensar que
eres un tipo raro. No es que me esté quitando culpas; es que nunca te he visto salir,
ir al supermercado, subirte a una guagua, recibir amigos, hablar con alguien. No
entiendo cómo hay gente que puede vivir así, como si fuera un vegetal, sin interactuar,
sin socializar. ¿Tu madre, la señora Angustias, no te ha enseñado esas cosas?
— Me ha enseñado a no tener problemas. Yo no sé arreglar los problemas. No hago
nada a nadie para que no me hagan nada. Sólo vivo.
— Sí, solo comes y vives, pero ahora estás muerto.
— Igual que tú. — intervino Elías. Alberto sintió que otro destello atravesaba su
memoria. El abogado, cuando le visitó en la cárcel, le refirió que Elías era inocente de
la agresión sexual a su hija. La investigación policial descubrió al agresor, y determinó
que Elías fue un testigo accidental, pero no denunció el hecho a la policía por miedo.
Tratándose de Elías, una persona que, “nunca había hecho nada”, no se presentaron
cargos. Alberto, al darse cuenta de que asesinó a un inocente, sufrió un infarto y se
desplomó en el suelo de su celda.
— Yo he hecho cosas, unas buenas y otras malas, como cegarme de rabia, tomarme
la justicia por mi mano y cargarme a alguien. Fui a la cárcel convencido de que volvería
a matarlo si resucitaba, y ahora me arrepiento. No solo porque la víctima era inocente,
también porque uno no debe tomarse la justicia por su mano. Sin embargo, tú: “yo no
he hecho nada”. —canturreó Alberto parodiando la actitud de Elías. — ¿Vas a hacer
algo?
— Yo, yo te pido perdón —tartamudeó Elías. — Perdón, perdón, me quedé paralizado
sin saber qué hacer, perdón, perdón. —repetía sin cesar, intentando juntar unas
manos desdibujadas.
— Ya está, ya me vale. Pero ¿cómo es que no dijiste nada cuando te interrogó la
policía?
— Yo solo quiero salir de este sitio. Yo no he hecho nada. —insistía Elías. — Mi madre
me aconsejó que no dijera nada, que no me metiera en camisas de once varas. Que
podría verme involucrado. Elvira era mi amiga, la única que me sonreía, que no se
burlaba de mí. Ahora siento mucha rabia por lo que pasó, ahora lamento no haber
hecho nada. Al menos si hubiese gritado... seguramente no estaríamos aquí.
En ese momento, afloró un haz de luz que inundó aquel lugar. Un camino de luz les
invitaba a moverse en una dirección. Alberto y Elías cruzaron sus miradas, se cogieron
de la mano y comenzaron a recorrer aquel nuevo destino.
En otro lugar, una madre vestida de negro, entró al zaguán de su casa, se
acercó a la cómoda de poco más de un palmo de ancho tapizada con tela de cretona,
sacó de debajo del mueble un cajoncito forrado con la misma tela, que servía como
reclinatorio, encendió las dos lámparas de aceite que había sobre la mesita, dirigió su
mirada hacia la foto de su hijo Elías y al recorte de periódico con la noticia de la
condena de Alberto, y cerrando sus ojos deseó que la luz de las lamparitas guiara a
las almas que representaban, por el camino del arrepentimiento y la reconciliación
hacia la luz de la paz y el descanso eterno.
Seudónimo: Rockusa.
Categoría: Adulto.
Comentarios
Publicar un comentario