MENCIÓN ESPECIAL: III CONCURSO DE RELATO CORTO DEL TABAIBAL 2025. CELIA SÁNCHEZ.
CELIA DEL CARMEN SÁNCHEZ SÁNCHEZ
MI CASA DE CINE
Mi casa fue un antiguo cine de pueblo... muchas caras de ilusión, lágrimas de emoción
y tristeza, entusiasmo y fanfarria en cada proyección durante años se impregnaron en
sus paredes, también amores correspondidos o no y el erotismo de una oscuridad a
medias.
Con el paso del tiempo, las butacas ya no crujían, y la pantalla, que antes reflejaba
sueños y fantasías, ahora estaba cubierta por el polvo y la nostalgia. Sin embargo,
aún se podía percibir, en cada rincón, el eco de las voces que se entrelazaban con las
imágenes proyectadas, como si el alma del cine nunca hubiera abandonado el lugar.
Las historias, tanto en pantalla como fuera de ella, seguían flotando en el aire, como
susurros que se fundían con las sombras del pasado. La magia de aquellos días no
se desvaneció por completo, y quizás, en la penumbra, aún aguardaba algo, un
resplandor tenue que se encendía de vez en cuando, como si las paredes recordaran
las proyecciones de antaño. Algo invisible, pero palpable, que susurraba a los que se
acercaban, invitándolos a revivir los momentos que una vez dieron vida a aquel
espacio. Tal vez eran los recuerdos de los que se amaron entre las sombras del cine,
o quizás las historias que nunca llegaron a ser contadas, atrapadas entre las cortinas
rojas que aún colgaban del techo y aunque la oscuridad parecía haberse apoderado
de todo, en el aire flotaba la promesa de que, si se escuchaba con atención, alguna
historia sin terminar seguiría susurrando su final, esperando ser escuchada una vez
más.
Adquirí la propiedad del antiguo cine con la idea romántica de convertirlo en mi hogar,
un refugio donde las sombras de su pasado se fusionan con las luces de mi presente.
Imaginé que cada rincón, cada sala, conservaría una chispa de su antigua magia,
como si las proyecciones ya no fueran solo de película, sino de mi propia vida,
reflejada en esas paredes gastadas. Pronto descubrí que la nostalgia no se traduce
fácilmente en hogar. Las paredes, impregnadas de historias ajenas, parecían
resistirse a la idea de convertirse en un lugar privado, como si cada rincón aún
susurrara sus antiguas glorias y tragedias, recordándome que este espacio, aunque
ahora mío, nunca dejaría de pertenecer a aquellos que lo habían habitado en su
esplendor.
Han pasado algunos años y la casa que antes era una sala de cine hoy se ha
convertido en mi hogar, con mis detalles, mi esencia y mis libros. He aprendido a
convivir con las huellas del pasado, a integrar la historia que me precede en la mía
propia. Las paredes que alguna vez resonaron con el bullicio de las proyecciones
ahora guardan un silencio más cálido, marcado por mis risas, mis conversaciones, y
las horas perdidas entre las páginas de un buen libro. El sonido de las viejas butacas
ya no interrumpe la quietud, pero en el aire sigue flotando algo intangible, una energía
que recuerda los momentos en que la magia del cine invadía el espacio, como si, de
alguna forma, los fantasmas de aquellos días también hubieran encontrado su lugar
en este hogar. Ya no busco reemplazar lo que fue, sino fusionarlo con lo que soy
ahora, creando un rincón donde el pasado y el presente puedan coexistir en armonía.
Son pocas las personas que invito a casa, me gusta la calma de mi hogar, de mi
refugio del guerrero. Este espacio es mi santuario, el lugar donde las batallas del día
se disuelven y el ruido del mundo exterior se apaga. Aquí, entre mis libros, los ecos
de las proyecciones pasadas y la quietud de las paredes antiguas, encuentro la paz
que necesito para recomponerme. Cada rincón está lleno de recuerdos, pero también
de momentos de introspección, donde puedo simplemente ser.
Quienes se acercan, lo hacen con el respeto de quienes entienden que no busco
compañía por llenar el vacío, sino por compartir una calma que solo unos pocos logran
percibir. Es un refugio no solo físico, sino emocional, donde el alma puede respirar,
libre de las presiones del mundo, entre las sombras suaves que aún persisten en las
paredes y la luz tranquila que entra a través de las ventanas. En mi hogar, cada objeto
tiene su lugar, cada libro una historia que contar, y cada rincón guarda la serenidad
que busco. Es un refugio donde no hay espacio para el ruido innecesario, donde los
pensamientos pueden fluir sin interrupciones. En este lugar, puedo simplemente estar,
sin expectativas ni demandas, solo la paz de existir en mi propio espacio, rodeada de
lo que amo. Aquí, la vida se reduce a lo esencial: a la quietud, a la reflexión de saber
que este lugar, aunque ajeno a mis raíces, ahora es parte de mí.
Coccinella Septempunctata
Categoría Adulto
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